LAS ÚLTIMAS PALABRAS DEL UNIVERSO
El Todopoderoso convocó a los escritores de todos los tiempos, dándoles la oportunidad de emplear las últimas palabras del universo en un escrito final. Enterado del asunto por la prensa yo emprendí el viaje hacia el Castillo de Bellver en Mallorca, lugar del evento, dejando atrás mi propio hemisferio. Ni puedo decirles en qué año fue, sabido es que cuando el Sempiterno talla, el tiempo no cuenta. El hecho es que allí estaban reunidos muchos ilustres del mundo entero y de todos los tiempos. Es que cada uno viajó en lo que su época pudo facilitarle. Llegaron algunos en burros, a pie muchos y en barcos, carros, motocicletas de tres ruedas y automóviles de todo tipo, marca y modelo, y hasta pude ver un hidroavión Sunderland.
Yo estaba absorto mirando las caras sorprendidas y aterradas de los escritores de antaño, que no podían creer que un aparato pudiese andar por los aires. El mismo Thomas Hobbes, al ver avanzar por el agua a la bestia rugiente y panzona, gritaba lleno de miedo: —"¡Leviatán! ¡Leviatán!". Y Hesíodo tapaba su cara con la túnica al escuchar el rugir de los engendros con motor a explosión que devoraban caminos echando polvo. Muchos que ya habían arribado observaban desde la altura del Castillo el menudo problema que causaban en la bahía los trirremes venidos desde Roma. Pero algunos, exhaustas las arcas domésticas y los flacos bolsillos juveniles, accedimos a Mallorca por la fe. ¡O por el ardid literario! Lo que me convenció del valor de la Palabra.
Puedo decir que nada atenuaba ya mis nervios pues nunca nadie había convocado a un evento tan extraordinario. Los invitados deberíamos escribir a partir de una señal y empleando la cantidad de palabras que se nos daría a conocer a su momento. Las últimas palabras del universo.
Y cuando el sol quemaba la sal y con los viejos molinos por centinelas, fueron expulsados los que abusaron de las palabras so pretexto de convertir a los hombres a un dios mejor. Se les reprochó la exageración al predicar y que enardecían al vulgo con mendacidad y sin hacer razonar. Con ellos se fueron también algunos conductores de TV y noticieros. Los ángeles les dijeron que a veces sus palabras mutaban de acuerdo a los dueños del poder.
Los jueces, fiscales y abogados no fueron admitidos, salvo algunos pocos. Es posible que su procedimiento se hubiese tornado sólo un léxico técnico, especulador. A tal punto que la Verdad había quedado relegada. Yo mismo abogaba por algunos de ellos ante los ángeles con el siguiente argumento etimológico: según la lengua de Homero una cosa es el logografós, o sea el mero utilizador de la letra, el escritor en cuanto a compositor de discursos. Y otra cosa es el logopoiós, que es el prosista como creador. Yo abogaba por los juristas creadores. Los ángeles, considerando la justicia humana exenta de Espíritu de Verdad, desalojaron a varios que habían entrado. Uno de los ángeles organizadores me dijo con dureza: — Logopoiós significa también fabulista. Y yo retruqué contestándole con firmeza que todos los allí reunidos éramos fabulistas en tanto creadores.
Quiso el Eterno recordarles a los hombres el respeto a las jerarquías. Y dejar bien en claro que nuestra existencia está acotada, que cada número tiene su límite, aunque ellos, puestos en serie adquieran su condición de infinitos.
— ¿Que "nuestra existencia está acotada"...? ¿Y el libre albedrío y todo eso? —pensé. Y seguí pensando. Había allí grandes escritores científicos que dieron por tierra paradigmas centenarios. Entonces yo buscaba a uno que me aclarara este tema de la predestinación y la muerte programada. Los escritores babilonios presentes aquí aseguraban que el dios Nergal era el responsable de nuestras enfermedades y muerte. Pero el Juicio Final lo llevaba a cabo su esposa de ultratumba: Ereshkigal. Y mi cabeza de adolescente acababa de encontrar una analogía entre el mito (o realidad) y lo que los claustros universitarios enseñan acerca de la apoptosis, la muerte celular.
Parece que las caspasas, sustancias químicas que se agrupan en iniciadoras y efectoras, son ni más ni menos que los míticos Nergal y Ereshkigal. El primer grupo aísla a la célula elegida y el segundo trae el Juicio Final sobre ella. ¿Y qué es juzgar?—pensé— Pues dar a cada uno lo suyo. ¡Las caspasas efectoras dividen al cuerpo celular y lo reparten como lo haría Ereshkigal!
Pero había mucho ruido en el lugar y mis ideas se alborotaban. De pronto, en el grupo de mis amados del alma vi a Maimónides y a Baruch Spinoza. Este último estaba exaltado, me abrazaba palmeándome y subiendo el tono de su voz me dijo: —Muchachito, a tus sospechas en torno a la predestinación y a todo eso, te digo que no existe el libre arbitrio. El espíritu es inducido a desear esto o aquello por alguna causa, y esa causa está determinada por otra causa, y así al infinito.
Acepté sus palabras pero le recordé que Francis Bacon dijo que un poco de filosofía nos inclina al ateísmo, pero al profundizarla, ella misma nos lleva a la religión.
Seguía yo tan enfrascado en mis pensamientos viendo que la muerte está programada, que me sobresalté cuando un ángel organizador me explicó que el Altísimo había dado orden de agruparse por el idioma en que escribiríamos.
Los grupos iban formándose con rapidez y me encaminé a los de sintaxis castellana.
Si para mí era difícil no emocionarme al encuentro de cada ilustre, difícil era para muchos entender el uso de filmadoras, grabadores, teléfonos, computadoras, y aunque parezca mentira... ¡Fósforos!
Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús, estaba extasiado probando sacar llama de un encendedor, sin conseguirlo. Y otro de esa época, un tal Pablo nacido en Tarso, del cual escuché decir que su verdadero nombre era Saulo, estaba empeñado en hacer arrancar una moto. Al acercarme para decirle que me parecía que no llegaba combustible al carburador, me miró hasta el fondo de mis ojos y dijo: —Para andar en esta máquina hay que ser prudente y obrar con mesura. — Y esa frase me pareció que él la estaba repitiendo porque en algún texto yo ya la había leído.
Entre tantos varones vi a Patricia Highsmith, la tejana que publicó su primer libro en alemán, pero que ahora estaba en el grupo de escritores de habla inglesa.
Su pluma era corrosiva y dotada de perversa ironía. Seguramente pasto para terapeutas del alma era su historia familiar de odio a su madre y a su padrastro. Pero era tal la simpatía que sentía yo hacia ella que pasé a valorar su manera de abordar el tema de las violaciones, la prostitución, el incesto… y nunca dejó de sorprenderme su título: “La prostituta autorizada o la esposa”. Debo confesar que a destiempo (o fuera del tiempo) yo la amaba a ella como si siempre hubiese sido mía.

Patricia Highsmith, Foto en la biografía "Beautiful Shadow", Andrew Wilson
En el recinto hubo un toque de trompetas para acelerar la formación de los grupos.
En ese momento Thomas Paine se paró y riendo a carcajadas trataba de hablar para todos:
—Miren, la historia de la ballena que tragó a Jonás es maravillosa, ¡pero más milagroso hubiese sido que Jonás se tragara a la ballena!
Muchos rieron pero yo estaba indignado por su comentario. — ¡Basta ya Paine! —le dije— ¿Por qué no hablas con Campbell y que te explique lo de "El héroe de los mil rostros"? Te vas a enterar del camino de los elegidos, de cuando son llamados y titubean negándose. De su separación del mundo, de su penetración en la fuente del poder y de su retorno. ¿Acaso Moisés no dejó bien marcados estos pasos? ¡Paine! ¿Escuchas lo que te digo? Cuando cruzamos el primer umbral, penetramos en el Reino de la Noche. Eso es el "vientre de la ballena". Hay un camino de pruebas y peligros. Y luego se accede a una felicidad de infancia.
Pero no sé por qué yo me preocupaba por abrir la cabeza de Paine.
Y fue en ese momento cuando un ángel pidió que no fumaran en el lugar.
Patricia Highsmith apagó su cigarrillo y me acusó, un poco en serio y otro poco en broma, de promover esa orden, pero yo sonreí y le tiré un beso inmortal.
Es que muchos, de acuerdo a su época, desconocían el uso del tabaco y estaban espantados por las bocanadas de humo. Cuando se hizo un silencio, Baruch replicó: — “He tratado de no reírme de los actos del hombre, de no lamentarlos ni detestarlos, sino de comprenderlos”.
Yo escuchaba con cautela a muchos que trataban de publicitar sus escritos y enchiridiones. Porque era increíble cómo discutían Alexander Pope y Robert Ingersoll. El primero sostenía que el hombre honesto es la obra más noble de Dios; y el otro aseguraba, (con las venas del cuello hinchadas), que un Dios honesto es la obra más noble del hombre. Al fin pude ver que Pope pretendía promover su “Ensayo sobre el hombre” e Ingersoll “Los Dioses y otras lecturas”.
Entre tantos ilustres del mundo entero y de todos los tiempos vi a unos rioplatenses: Manuel Olveira, Guillermo Ledri y Pedro Barcia. ¡Qué genios sin tiempo! ¿Escribir poesía con métrica y rima? ¿Sonetos perfectos? ¡Una Quimera! Pero no para estos locos grandiosos.
Pasando un ángel por al lado de ellos los elogió diciendo que el Ser Supremo se comunicaba con Adán, nuestro padre, con métrica perfecta y ritmo pleno de armonía, prebenda que perdimos con la prevaricación pero que aquilataban algunos elegidos. Y como si esas palabras hubiesen sido poco piropo, el ángel agregó: —Platón llamó a los poetas "Padres de nuestro saber".
Poco a poco aumentaba el murmullo y daba risa escuchar a todos querer hablar la lengua de todos. Desde el patio del Castillo pude ver en el piso superior, debajo de un arco gótico, a Pigafetta el italiano cronista en la gesta de Magallanes. Parecía distendido, adornado por una cómica sonrisa y de ojos curiosos que todo lo registraban. Sabiéndolo Caballero de Rodas le hice una seña, que respondida, fue como un viaje intemporal que hermanaba a dos desconocidos entre sí.
En un momento sonaron trompetas, y aunque no pude ver al Altísimo en toda su Gloria, el auditorio quedó mudo. Y cuando yo esperaba escuchar el Sonido Divino de la Palabra, no fue así. Parece que Él ya emitió su Palabra en un Principio. Y todo empezó a ser. O todo es, simplemente.
Y ahora aquí se nos daba esta última oportunidad de expresión. Mucho era ya lo publicado, plagiado, repetido, refrito.
— Mira —me dijo Ramón Llull—favorecidos están los escritores alemanes y otros que tienen en su lengua muchas palabras compuestas. Y yo seré un tonto, pero ver a Llull en persona me estremeció. ¿Qué de cierto de su amor apasionado que lo llevó a entrar a un templo con el caballo? ¿Pero qué importaba ahora esto? Aquí lo tenía yo a Llull delante de mí. Me quedé paralizado. Siendo él del año 1300... ¿Qué idea tendría de América? ¿O todo lo ignoraba? Para él eso era futuro y para mí un pasado lejano. Vi que con el brazo en alto Dante Alighieri y el mismísimo Jaime II el Conquistador, dueño de casa, se saludaron con Llull desde sus lugares.
Como yo había escuchado en el Río de la Plata hablar de un secreto escondido en el centro mismo del Castillo ¿no era Jaime quien pudiera dar respuesta a la incógnita? Era lógico que ese centro fuese lugar para, al menos, dejar un mensaje oculto.

Pero sorpresivamente, como adivinando mi pensamiento, Llull dijo: —Esta convocación queda exenta del tiempo lineal —y me lo dijo en castellano, pudiendo haberlo hecho en latín, en mallorquín o en árabe. Entonces, comprendiendo su pragmática idea, pregunté si podríamos expresarnos en latín clásico. Pero tal pedido tuvo respuesta negativa.
Es que esos ángeles sabían que al no emplear artículos y casi no usar pronombres ni preposiciones, el latín saca amplias ventajas.
Por ejemplo, para decir: La vida de los dioses y profetas de la antigüedad, basta con cuatro palabras: Deorum prophetarumque antiquitatis vita. ¡Diez palabras en castellano y cuatro solamente en latín!
Marco Tulio Cicerón me guiñó un ojo desde su cuchitril latino.
En un momento escuché hablar en noruego y reconocí a Ibsen y Björnstjerne Björnson. Recordé los buenos momentos en Det Norske Theater de Bergen e ir con ellos a comprar pescado a la Torget , la feria del puerto. Los ángeles astutos y diligentes dijeron que los noruegos deberían escribir en Nynorsk y no en dialectos.
Nietzsche estaba confinado en un lugar específico. ¡Aquello de..."Dios ha muerto" no había gustado para nada! Pero él se defendió diciendo que no lo comprendieron.
Jorge Luis Borges, a quien visité una vez en Valldemosa, planteó su situación preguntando si debido a su ceguera podría dictar o grabar lo suyo. Como respuesta obtuvo un volante en Braille y se le previno que Bioy Casares y él no podrían entregar el Trabajo Final en conjunto. Aventajados estaban los lingüistas y los que dominan la etimología de las palabras.
Los cabalistas presentes estaban hablando de que el arte de escribir se realiza en un punto común con todos los artistas de todas las disciplinas. Que ese punto es Tiphereth decían ellos. Ese punto es la Belleza traduje yo. Por ende Jorge Luis Borges estaba feliz. Pero yo entendí que su Alef no era Tiphereth. Aquél era el Uno, y la Belleza el sexto Sephirot.
Muchos miraron hacia el grupo de los cabalistas. Cerca de ellos había buscadores de la verdad, todas las lenguas estaban allí. Y vi masones, gnósticos, buscadores del verbum dimissum, curas tradicionalistas de Mons. Lefebvre, teósofos y no sé cuántos y cuáles más, hasta perderse mis ojos en los tiempos. ¿Cuál sería la manera de contrarrestar Babel aquí en Mallorca?
Pero el lugar tenía algo de mágico, tanto era así que un grupito comía tarta de requesón y ensaimadas usando como mesa el brocal del aljibe.
Créanme, era conmovedor ver a los primeros escritores sagrados cristianos, presbíteros con sus mujeres e hijos, en familia. Los de época posterior al Concilio de Elvira cargaban con la dura disciplina de ser célibes. De pronto estos escritores religiosos pidieron que se expulsara a los escritores de pornografía y erotismo. Pero una señal del Divino Trono denegó tal pedido. Y entonces los ángeles explicaron: "Vosotros habéis hecho del sexo algo maldito, pero el Padre Celestial lo creó como cosa sagrada y sublime". —y siguiendo— "Pero los que sí deben dejar este lugar ya mismo son los malos escritores, los falsos, los que no usan la Palabra de Verdad."
El sitial de honor lo tuvieron los escritores de humor, gracias a ellos muchos escritores angustiados no se habían suicidado. Viene al caso decir que entre los suicidas no se ejerció ningún control. No podrían quitarse lo que ya se habían quitado una vez. Y en virtud a eso mismo Dios los alentó con dulzura para que escribiesen empleando las últimas palabras de toda la creación.
Se nos repitió que estábamos convocados como escritores. Y la Palabra debería ser escrita.
Los ángeles aleccionaban a los concurrentes procurando hacerles entender que en un evento tan especial, operar fuera del tiempo añadía dificultades inesperadas para todos. Pedían que no discutiéramos de política ni de religión. Repetían que la Paz es consecuencia de la Justicia.
Cuando era interminable el desfile de escritores buscando ubicación, yo trataba de acercarme a los autores que el tiempo ha olvidado para regalarles lápices con mina de grafito que traje desde América. Los escribas de Hammurabi estaban fascinados al ver y probar los lápices que superaban en practicidad a los punzones grabadores de caracteres cuneiformes.
Y de pronto vi a dos con túnicas y uno me pareció Aristóteles. Escuché que en voz baja le decía a su compañero: — Mira, Estrabón, la Poesía es más sutil y filosófica que la Historia ; pues la Poesía expresa lo universal, y la Historia sólo lo particular.
Ledri y Olveira me codearon jubilosos sintiéndose "magos del soneto" —Bajen los humos— les dije riendo y a manera de chanza— que Uds. Son poetas sublimes… ¡pero también rioplatenses jubilados!
El auditorio estaba exaltado, los pechos daban rienda suelta al galope de caballos desbocados.
Es que el Eterno nos abstrajo a todos del siniestro tiempo que devora a sus hijos, y entones yo, mientras todo esto pasaba, me fui preparando para no estar desprevenido cuando Dios dijera: —"SÓLO UNA PALABRA ESCRIBIRÁS".
Si así fuese, yo dejaría escrito: "Fin", terminando este cuento, y listo. Pero si las últimas palabras del Universo fueran dos yo escribiría: "Se terminó" y basta. Si fuesen tres: "Este cuento finalizó".
Y mil variaciones más se me estaban ocurriendo... cuando de pronto un toque estridente de trompeta conmovió las atenciones dispersas. ¡Una barra de hielo corrió por las espaldas! Y así como uno puede tiritar, ¡se vio temblar a todo el auditorio como si el piso se sacudiese en un instante! Y de repente... el espacio quedó lleno de silencio. O vacío… no sé cómo decirlo. ¡Y una melodía divina invadió todo en un instante! Era como la Balanguera... como un himno desgranado al aire, un bálsamo para mi alma. ¡Un momento sagrado fuera del tiempo!
La sensación de paz, bienestar y felicidad fue indescriptible. Todos estábamos invadidos por un espíritu vibrante, lleno de vida, conmovedor. La melodía no era música terrena, era la síntesis de lo que mortal alguno ni hubiese imaginado.
Y yo sentí que nos íbamos a enterar de cuántas palabras eran las últimas del Universo.
Pero participando de la Gloria , es decir de la vista del Eterno, era paradójico que ellas no alcanzaran para describir esta vivencia, porque todos nos sentíamos limitados y mudos en éste nuestro mundo.
¡Repentínamente retumbó el Universo! Y se escuchó a Dios decir:
"¡Podéis emplear todas las palabras conocidas y las que vosotros
inventéis, Mis Amados Escritores!
¡Vosotros sois Mi Palabra, Una, la Única y Todas!"
En ese momento el axis mundi, el omphalos, el eje del cosmos estaba en Mallorca.
Quizás en el centro del Castillo de Bellver... o en un lugar del no tiempo.
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