Relatos de Grand Bourg - DOLOR de ESPALDA
   
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EL DOLOR DE ESPALDA  cuento
 Rubén Kereya era un dependiente más en el grupo de trabajo y gozaba de la confianza de su patrón.
Aquella mañana Rubén estaba seguro de que el patrón no vendría. Era la gran oportunidad para vender algunos artículos sin registrarlos en el Controlador Fiscal.
Llegaría a su casa a almorzar y les contaría a los suyos el gran esfuerzo que la tarea le exigía.
Se subió al auto. El mismo que comprara poco tiempo antes con el préstamo sin intereses que el patrón le facilitara.
 
— Rubén, ¿qué pasa que se han caído las ventas?
— Es que amenazaba lluvia y la gente no pinta.
— Sin embargo en pantalla veo que se prepararon pinturas de la gama cara.
Kereya titubeó unos instantes...  y tratando de crear una atmósfera distendida, alcanzó un mate.
— Es que eso no se facturó todavía... se retiró con Remito.
 
Era sencillo; al cabo de unos días, si el patrón volviese a la carga, él diría que en ese mismo momento estaba preparando la factura para mandar a cobrar. Y si algo saliera mal, entonces él mismo repondría el monto sustraído... para sacarlo nuevamente cuando las aguas se aquietaran.
Dándose cuenta de que había cometido un error, pensó:  — No debo hacerlo con mercaderías que queden registradas en la máquina. Lo haré con los adhesivos, los pinceles y la mercadería del depósito. Si se hiciera control de stock y algo faltase ( faltará, estoy seguro), se pensará en un error y nada más. Se dirá que pongamos más cuidado y listo. El patrón no podrá acusar a todos.
Rubén Kereya sumaba a su condición de ladrón otro galardón: era un traicionero. Traicionaba a sus propios compañeros de trabajo. Pero a pesar de que las medallas se colocan en el pecho, él ya había empezado a cargarlos en la espalda.
Es que poniendo sus culpas en la espalda él pensó que ellas quedarían ocultas. Pensaba de esta forma no ser ni ladrón del patrimonio ajeno ni traicionero de sus compañeros.
De aquí en adelante Rubén evitaría los nervios que le causaban los clientes... "¡Esos forros que vienen a pedir "otro litro del mismo que llevé ayer"! (Así refunfuñaba).
 
— ¿Y qué color era señor la pintura que llevó? Si no lo recuerda, mire la factura, allí figura el artículo y el color.
— No me dieron factura, me cobró nomás.
— ¿Quién lo atendió y quién le cobró, señor?
— Y... era uno bajito, peladito, cara larga, flacucho... mire, le digo más, estaba leyendo el diario en el mostrador... ahí, al lado de la caja.
 
Otra vez quedaba Rubén al descubierto y su espalda cargaba más tensiones.
Pero el patrón encargó la discreta colocación de una cámara de video en el depósito.
Cuando Rubén le alcanzó un mate al patrón, éste pudo ver una descamación en el dedo meñique de su empleado.
Sufre del corazón — pensó el patrón.
— Ché Rubén, ¿no te duele el pecho a vos, o la espalda?
— ¡Sií..! —dijo Rubén— Me duele la espalda porque estuve apilando los envases de enduído de la vidriera.
 
¡Pero esa espalda ya estaba tan cargada de culpas y tensiones...!  Esa espalda que Rubén mismo no podía verse y que representaba su propio inconciente.
Cuando el patrón miraba a los ojos de Rubén, éste los desviaba cambiando de conversación.
 
— Boca atacó todo el segundo tiempo. Si no hizo goles... al menos como local jugó bien. Y un penal clarito-clarito a favor no se lo dieron.
Hablaba de otras cosas como para evadirse de una opresiva tensión.
 
Primera llamada: — ¡Hola! ¿Pinturería? Mire, le habla Eva Zanata, la señora de Rubén. Él no va a ir hoy a trabajar. Vino el médico porque le duele la espalda. Estuvo moviendo mercadería pesada ¿vió?
 
Segunda llamada: — ¿Pinturería? Habla la señora Zanata, de Estación Polvorines estoy llamando. A Rubén le tuvieron que colocar un 'sten' esta mañana... o dos... no sé bien. El médico me dijo que es como un tubito para que no se tapen las venas ¿vió? Tiene para varios días. Y sí... es hereditario dijo. Porque mi suegro murió del corazón ¿sabe?
 
Tercera llamada: — Hoy no va a ir. Tiene que hacerse estudios dijo el cardiólogo ¿vió?
 — Señora, escuchemé; —dijo el patrón— le mandé con el cadete la Certificación de Pagos de la Obra Social, por si le hace falta. Manténgame informado. Estoy a su disposición, señora Zanata.
 
El patrón invitó al Contador, a algunos proveedores y a los compañeros de trabajo de Rubén a tomar un Cinzano en el bar de enfrente.
Cuando las manos se estiraban para alcanzar los maníes, las papitas, las rodajas de salamín y las aceitunas, el patrón le dijo al mozo que encendiera la pantalla...  y apareció Rubén trabajando solo ¡pobre! ¡Cargando su espalda con mucha mercadería pesada!  pero... ¡llevándola al baúl de su propio auto!
Todos se quedaron mudos. Uno de los provedores dijo que varias veces lo había visto descargando mercadería en lo de un colega, pero que se quedó pensando en un préstamo de mercadería entre comerciantes.
 
Cuarta llamada: — Hoy Rubén va a ir, pero más tarde ¿vió? Él tiene que cuidarse ¿sabe?
— Sí señora, ¡él tiene que CUI-DAR-SE !

 
Y un día a la hora del mate apareció Rubén. Fué saludado (despreciado) por todos.
— Me sacaron el asado, el fiambre, las carnes rojas, el café y un montón de cosas y blá-blá-blá...— decía.
— No cargues más tu espalda  —aconsejó el patrón palmeándole el hombro.

 
Unos días después sonó el teléfono desde la Funeraria y  el compañero que atendió abrió los ojos grandes mirando a todos...  Se hizo un silencio.
 
 Quinta llamada: — ¡Hay! ¡Señor! Le habla Eva Zanata. Mi esposo falleció ¿sabe?  Y... era algo hereditario ¿vió?

 
Era la tercer muerte de Rubén Kereya. La primera vez se murió para el patrón, la segunda para sus compañeros, y ahora ésta, la única lícita.
Cuando el patrón salió de su casa rumbo al velorio no sabía si llevarle flores, unas latas de pintura o dinero.
Calculó el promedio faltante mensual y colocó ese monto en un sobre blanco.
Cuando llegó al Salón Velatorio se acercó a saludar a la viuda, la abrazó como un padre hace con un hija. La consolaba con ternura y hablándole bajito, puso en su mano el sobre.
Eva lo tomó y secándose alguna lágrima dijo: — No se hubiera molestado.
 
 Ché, ¡sos un boludo! ¡Te robaba y le traés plata!  —dijo el Contador—  yo te dije que te robó arriba de 17.000 nacionales.
— Sí, tenés razón. Pero están acostumbrados a un gasto. Les va a hacer falta este mes. —Dijo el patrón mirando los firuletes de la mortaja del antes fiel y querido Rubén.
 
Con los ojos húmedos el patrón saludó a todos, y acercándose a los hijos del triple muerto, les dijo: — Siendo un mal hereditario, es conveniente no andar por la vida cargando las espaldas.
______________________ Buenos Aires, Argentina
                                                                  
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