Esa tarde Santo Domingo, para mí
la ciudad de los boulevares más hermosos que he
visto, despeinaba
el sol con sus palmeras de ensueño.
Yo manejaba un Nissan alquilado. Me acompañaban una dominicana negra, su novio venezolano con cara de alemán y una argentina que vivía en la Isla.
Al llegar a un cruce de calles vimos un puesto de venta de "picapollo", hamburguesas y tacos. Era un recinto de planta octogonal, con techo en punta y toldos coloridos.
Allí atendían jóvenes primorosamente vestidas, ( y desvestidas lo suficiente como para aumentar las ventas).
Bajando del auto, hablábamos entre nosotros para elegir lo que llevaríamos a la casa del venezolano. Y en la sobremesa pensábamos mirar lo que yo había filmado entre arenas blancas, mar espumoso y palmeras increíbles.
Alentando a la argentina para que se acercara a nosotros yo le dije: —¿Ché, qué querés comer vos ? —con notorio acento rioplatense.
Al instante ví venir hacia mí a un hombre maduro, canoso y quemado por el sol.
Como era evidente que su paso resuelto lo llevaría hasta mí, separé las piernas adelantando un pié para tener más apoyo.
Pero el canoso quemado por el sol extendió su mano y una sonrisa adornó su cara.
Ante mi perplejidad resonó bajo las palmeras un : —"¡Siempre es un privilegio para un cubano estrechar la mano de un Che argentino !".
Todos reímos y aquél cubano con su acento tan especial dijo no ser un disidente en su patria, sino que con esa venta de "picapollo" generaba ganancias para ayudar a su Cuba querida.
— Mira —me dijo— yo he sido Ministro de Trabajo en Cuba, pero debo reconocer que hice algunas pequeñas trampas. Sí, porque al organizar y distribuir los grupos de trabajo, yo mismo me ponía en el grupo del querido Comandante Che Guevara. Cuando cortábamos caña de azúcar él nos arengaba constantemente.
Hasta que su asma lo derrumbaba por unos instantes. Entonces se ayudaba con su inhalador y con una fuerza que no sé de qué cielo le venía, volvía a machetear y a soportar el sofocante vaho dulce de la caña bajo el sol de mi tierra. ¡Golpeaba con el machete y golpeaba con la palabra!
El cubano canoso hizo un silencio. Y luego me preguntó si yo conocí al Che.
Le dije que no. Pero que fuí amigo y compañero de colegio de un pariente de él en Argentina.
La madre de mi amigo es Guevara Linch —le dije— Emparentados todos con el poeta Carlos Guido Spano, de quien Eduardo, mi amigo, traía escritos originales que he tenido en mis manos.
Y el Florencio Varela asesinado en la Banda Oriental en 1848 por el puñal de Andrés Cabrera y la orden de Oribe, estaba emparentado también —yo seguía contándole cosas de la familia del Che y el canoso ex ministro cubano entusiasmado no dejaba de mirarme sorprendido.
Con una seña indicó a su empleada que no nos cobrara lo que habíamos pedido. Pero nosotros insistimos hasta que simbólicamente algún precio puso a lo que elegimos.
El abrazo no se dejó esperar. Este hombre estaba verdaderamente emocionado.
Hoy ni recuerdo el nombre de este ex-ministro sincero y cordial que me hundió en su pecho.
Yo no comprendí por mucho tiempo que ése fue un saludo importante, un saludo especial por el sentimiento que lo motivaba.
Mi Nissan alquilado tomó por el boulevard y el espejo retrovisor me devolvió al hombre agitando los brazos en alto...
... y el Che volvía a la vida por enésima vez.

Epitafio del Mausoleo en Santa Clara, Fotografía M. Benitez
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