estudio de caballo Leonardo da Vinci
CENTAUROS EN ENTRE RIOS relato
En los años cincuenta la entrerriana ruta 14 de ripio jugaba a las escondidas con el tren. El trazado no era el que hoy tiene, pero eso no es importante... porque Entre Ríos no está en el suelo... está en el cielo de sus pájaros.
Salir desde Buenos Aires en tren y cruzar con el ferry era una fiesta para mi hermana y para mí. Subidos al engendro serpenteante tirado por la bestia a vapor marcábamos nuestro camino con una cinta de humo negro hacia arriba y resoplidos blancos hacia abajo. Luego de unas horas de comenzado el viaje gustábamos el pollo hervido "comido con la mano" ante la mirada de mamá.
—Tomá la servilleta. ¡No te vuelques la limonada!
Banana era el postre cómodo en esta aventura.
Al rato llegaba el mate con pastelitos y mamá nos daba un pedazo de chocolate in-ol-vi-da-ble.
La parada del tren para abastecer con agua a la caldera de la máquina nos daba un rato para pisar por fin tierra entrerriana mezclada con pedregullo, adornada de "mimosas", esa mágica plantita que cierra sus hojas al tocarla.
Nos fuimos a vivir al Barrio Nebel, en Concordia. A un paso del Río Uruguay.
Papá se nos había adelantado para preparar el nido.
En tardes serenas de verano nos invadía el perfume de mandarinas y de naranjas. Y la brisa acercaba la música de Salto, con su costanera dormitando del lado uruguayo.
Con mi mente de niño yo estaba convencido de que los italianos llegaban desde el otro lado del río. Escuché que un tal Garibaldi se tiró con su caballo a las aguas desde aquel lado.
Y como mi tío Luis, gran marino de ultramar, en prolongadas sobremesas relataba historias vividas en otra tierra,—"en el extranjero" —decía él, llegué a la conclusión de que Italia, el "extranjero" y el Uruguay eran todo lo mismo.
En Uruguay nacían los italianos y cruzaban el Atlántico (que era el río) con el buque de mi tío.
En Uruguay nacían los italianos y mi tío los cruzaba con su barco por el ancho mar, que para mí era este río.
¡Qué bueno ver desde mi casa a toda Italia con sus autos y sus italianos!
¡Ahh..! ¡Las tardes de pesca en bote con mi padre y sus amigos!
Y al regreso de la pesca mamá cebaba mate y comíamos pastafrola con dulce de batata, a la que llamábamos "muñato". Nos sentábamos en las piedras grandes de la costa y retozábamos en pequeños remansos como en un verdadero Paraíso.
Pero el poder de seducción total era esperar todas las tardes al caer el sol el paso de la Patrulla de Gendarmería.
Mi ansiedad no cabía en la camisa cuadrillé (como la de Nicola Paone) ni en los pantalones cortos con un solo bolsillo que me hacía mi madre.
La "pandorga"(1)con su ovillo de piolín y su cola de trapo, la "payana" y las piedritas de colores juntadas en el río quedaban olvidadas. Porque la espera de la Patrulla era la consigna de mi guardia.
Con permiso de mamá yo me paraba en la puerta de casa y obraba de vigía lombardo. Desde allí podía ver la ochava del almacén de Piaggio con sus cornisas y firuletes.
Era imposible que algunos siguieran pateando la pelota de trapo en el baldío de enfrente. ¡Ni que fuera una de cuero!
— ¡Vengan a ver la Patrulla!
— ¡Siiií!! ¡Ahí vienen! ¡Miren...! ¡Miren...! ¡Viene la Patrulla de mi papá!
Ahí, al fondo de la arenosa calle que lleva al centro vienen esos centauros.
Todas las tardes pasaba ese Gringo, el "Gringo de la Maruca" (mi mamá).
Altas las gorras, correaje ceñido, los "breches" (sic) y sus borceguíes de caña alta con cordones cruzados.
Los gendarmes, detrás de serios bigotes, sonreían al vernos y todos los "pantaloncortitos" queríamos una vuelta en esos corceles que andaban al paso y de costado.
— Vos vení conmigo, Papucho.
Entonces el desafío era trepar por el borceguí y el estribo y sentir que la mano de Papá me levantaba en vilo.
Ya montado, con las riendas en mis manos el campo se me hacía orégano.
¡Latía fuerte el corazón! Grandes los ojitos y dientes de oreja a oreja.
Recuerdo un tobiano, un malacara y uno que era mi preferido, el que los "pantaloncortitos" llamábamos "el de San Martín".
(Y yo no sabía por qué le decíamos así.)
Un día le dije a mi madre: —"Papi me llevó en el de San Martín". (2)
Y ella, dejando de lavar ropa, secó sus manos, se agachó y me dijo: — ¿Y cruzaron Los Andes ché?
— ¡Sí! —dije yo— ¡A toodo el muundo fuimos!
(Aunque no entendí qué era eso de "Los Andes".)
— Sí, ya lo creo, si sos hijo de gendarme, cómo no vas a andar por todos lados m'hijo?!
¿Hasta dónde llegará hoy la Patrulla? ¿Adónde estarán los malos?
Los años han pasado.
¡Chau ferry! ¡Chau trenes y ripio!
Hemos dejado vulnerar nuestro sistema inmunológico. Sufrimos una enfermedad autoinmune. No nos reconocemos entre nosotros mismos. Odiamos el uniforme.
Si le dijeran a un ciudadano noruego que sus militares son malos él no lo admitiría. Pero no aceptaría tampoco que West Point formara las conductas de sus oficiales.
Mientras tanto la Patrulla de Gendarmería seguirá por calles de arena, por senderos de piedra en la Cordillera, por la selva...
¿Por dónde andará?
¿Por Orán, Pichanal, pasando Pirané en Formosa, por Aluminé, en el Ragüe?Vacunando, enseñando a leer, haciendo Patria. Cambiando de monta para seguir en la montaña fría con el capote, la manta verde terciada a cuestas y un mapa porque ni camino hay.
Lejos de la familia va la Patrulla...
Centauros gigantes en cielo infinito.
Allá va el Gringo y sus camaradas haciendo Patria en luminoso cielo y "llevando una vuelta" a angelitos de pantalones cortos.
a mi Padre, en cielo infinito.
________________Copyright®2006miguelpizzio______Curuzú-Cuatiá, Corrientes, República Argentina
Nota
Foto del ferry Lucía Carbo, www.histamar.com.ar
(1) Pandorga: barrilete.
(2) Pacho O'Donnell en su "EL ÁGUILA GUERRERA", recap. IV "El caballo blanco de San Martín", hace referencia a la descripción que el General Espejo plasmara acerca de los caballos de San Martín. El del Combate de San Lorenzo era "un bayo de cola cortada al corvejón. En Mendoza andaba en "un alazán tostado de cola recortada y tuse criollo". Montó también "un zaino negro y de largas crines".