Relatos de Grand Bourg - DEL SUR AL NORTE
   
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relato
DEL SUR AL NORTE
Hacía algunos años que yo no visitaba Noruega.
Las calles de Buenos Aires, tan lejos de los nórdicos fiordos, eran un baúl de sorpresas. Caminando por calle Corrientes, escuché a mis espaldas hablar en noruego y creí que era mi nostalgia jugando a las escondidas.
Seguí caminando y pensé: Si Noruega tiene cuatro millones y medio de habitantes y la mitad son mujeres, y el grupo de ellas está dividido en niñas, jóvenes, maduras y ancianas. Y habiendo en todo el mundo alrededor de medio millón de jóvenes noruegas, de las cuales la mayoría debería estar en su tierra, otro poco en los mares, era muy poco probable que a mis espaldas caminaran dos noruegas. Pero en nynorsk hablaban. Y sí, ¡un plato volador las trajo y aquí están!
Paré a mirar una vidriera y allí iban: una con típica campera tejida en lana cruda y zapatos de piel de foca con la punta hacia arriba. La otra con un abrigo de Helly-Hansen of Norway.
El pelo suelto casi blanco.
Eran noruegas. Estaba cantado.
Habiendo encontrado dos agujas en un pajar, me planté ante ellas y dije lo que me salió: —¡Jeg elsker deg! , esto es : ¡Yo te quiero!
Y como la frase no tenía razón de ser, todos reímos.
¡Ahh...! La risa... idioma universal.
Hilde Dhal era de Oslo y Aase Lill de Bergen.
A pesar de mi trabajo, los días siguientes fueron como vacaciones para mí.
Paseábamos por todos lados con estas nórdicas y ellas estaban sorprendidas del bajo precio de los vinos argentinos y de su calidad. Pero dos cosas las impactaron, una: que las bebidas alcohólicas pudiesen ser compradas libremente, y la otra: el autocine.
El autocine provocaba en ellas una seducción total.
Es que en Noruega un autocine al aire libre sería una manera de congelar seres humanos dentro de un estuche con ruedas.
Al cabo de unos días ellas hablaban mejor el castellano y yo ejercitaba mi rudimentario nynorsk.
Llegó el día de la partida y prometí encontrarnos en Noruega.
...................
Y una mañana con -12°C una cabina telefónica de Oslo fue mi refugio del frío y puente para encontrar a mis amigas.
Fue tan grande la alegría al encontrarnos que saltábamos, nos abrazábamos y nos besábamos. ¡Derretimos la nieve!
Hilde y Aase Lill me invitaron a una pizzería, la única que he conocido iluminada por velas.
Allá siempre hay un recinto intermedio para dejar los abrigos y esquís. Porque la nieve que uno trae desde afuera, se convertiría en agua con la calefacción.
Como un muchacho noruego escuchó mi acento rioplatense, me dijo: —“Akkí en kozina otrro como tú.
Y llamó a uno que llegó secándose las manos en el delantal de cocina. Era alto y morocho.
Sorprendido él, sorprendido yo.                         
Me abrazó fuertemente y dijo: —¡Hermano!
Lo escuché hablar unas palabras y me salió del alma...:—¡Pero vos sos chileno!
Sí hemano, soy de Chile. Para éstos somos lo mismo.
—Hemos de ser lo mismo, nomás —dije.
Pude ver sus ojos húmedos y no de frío, este chileno estaba verdaderamente emocionado.
Me palmeaba, me tomaba de los hombros mirándome a los ojos como si mi presencia no fuese real.
—Yo estuve detenido en el Estadio Santiago —dijo— Con mi amigo caminábamos por el centro y fuimos apresados. Los carabineros nos hicieron numerar en una fila y esa mañana, ordenando un paso al frente, sacaron a todos los que eran número dos y se los llevaron. Mi amigo y yo quedamos. Cuando podíamos hablábamos de la suerte que correríamos. Había olor a muerte.
A la mañana siguiente me sacaron de la fila y no volví a ver nunca más a mi amigo. Me metieron en un avión y aquí vine a parar.
—¿Y cuál es tu condición? —pregunté.
Soy refugiado político. Pero estoy con vida.
—¿Qué puedo hacer por vos “Chile”? —le dije.
—Nada. Escucharme, nada más. Hace tanto que no hablo como nosotros... Ni siquiera puedo darte una carta para mi familia o mis amigos. Si la llevaras estarías en peligro tú y toda tu familia... Aquí estoy desterrado. Tus milicos y los míos tienen el mismo patrón y entre ellos se entienden. Y sin embargo tú y yo hemos sido educados con sentimientos diversos.
—“Divide y reinarás” —agregué.
Hablamos todo lo que él pudo, pues lo necesitaban en la cocina.
Este chileno repetía hasta el cansancio que estaba feliz de hablar conmigo, que yo era un hermano, que los europeos nada entendían.
Se le caían las lágrimas maceradas en el destierro y me decía: —¡Gracias hermano, gracias!
Aquí estaba yo, criado como él en un sentimiento xenófobo. Aquí un chileno y un argentino eran hermanos que habían cambiado de hemisferio.
Y comiendo pizza con las rubias a la luz de las velas, me daban ganas de decirles a ellas que la creación de la Banda Oriental, devenida en Uruguay, era una gesta inglesa; la triste Guerra del Paraguay, también malas artes de ellos. El conflicto peruano-chileno y el tema de la salida al mar de Bolivia también un pésimo designio europeo sobre nosotros los americanos.
“Divide y reinarás” —Volví a pensar.
Pero esta noche no había espacio para mis elucubraciones geopolíticas.
Sí había espacio para “Los versos del Capitán”...
Porque por suerte las rubias no eran hermanas mías.
 
18 de setiembre, Día Patrio Chileno_____________Copyright®miguelpizzio______Oslo, Noruega
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